Con frecuencia, al terminar mi consulta médica y entregar la prescripción farmacológica, los pacientes tienen una última pregunta, quizá, la más difícil o por lo menos la que a ellos les importa mucho ¿Dr. Y qué puedo comer?

Esta interrogante deja relucir lo poco que sabemos de la vida y del mundo, ya que el caos en el que estamos inmersos hace que el control de los alimentos y de lo que los pacientes consumen sea una amenaza constante a la investigación científica, puesto que la mayoría de los componentes son biológicos modificados o mezclas extrañas de medicina procesada, por lo que mi respuesta frecuentemente es: Lo que sea, pero… Vamos a adentrarnos un poco en lo que escribió Mary Yannakaouolia para NEJM.

Entendemos a los alimentos como un medio para obtener energía, la cual promueve la estabilidad, el crecimiento y por supuesto también la salud, si han tenido la oportunidad de leer el libro de Sapiens sabrán que los seres humanos actuales distan mucho de los recolectores/cazadores que nos preceden, pero el cerebro humano no ha cambiado lo suficiente debido a la tecnología acelerada no ha permitido que logremos adaptarnos desde el punto de vista evolutivo, por lo que aún tenemos la intención de comer como punto de supervivencia aunque realmente, ya no sea un problema. 

El cerebro humano tiene un peso aproximado de 1300-1400 g, equivalente al 2% del peso corporal sin embargo requiere un alto consumo de energía para mantenerse despierto, leyendo, imaginando, creando y peleando., Gracias al tipo de vida que llevamos, la vigilia prolongada, poco sueño, estímulos luminosos, contaminación auditiva, entre otras cosas, requerimos de mayor energía, por lo que optamos por comida que sea en alto contenido calórico, bebidas con potencial energético e incluso algunos con sabores extravagantes, presenciando puntos que convergen en nuestro cerebro para mantenernos al tanto de la situación, sin hasta el momento entender o conocer lo que nuestro motor neuronal realmente requiere, ya que extraer el 20% de la cantidad de energía total del cuerpo no es cualquier cosa y además si aumentamos de manera considerable el gasto por gramo de músculo.

En la segunda guerra mundial Leland y Albaugh describieron la dieta de la gente de Creta, como una muy buena comida, curiosamente está basada en olivas, granos de cereal, leguminosas, frutas, vegetales y hierbas, con carne de cabra, leche, pescado y pan de grano, pero el ingrediente secreto es el aceite de oliva (Olea europaea,Oleaceae). El componente que encontramos en su mayoría(98-98.5), son triglicéridos, pero también podemos encontrar terpenoides, alcoles alifáticos, escualeno, pigmentos, tocoferoles y compuestos fenólicos; esta combinación permite tener un 70-85% de grasa poliinsaturada por el ácido oleico. Estas características, permiten a los teóricos sustentar los efectos antioxidantes basados en la inhibición de la peroxidación lipídica.  

Con base en estas recomendaciones, hoy sabemos que la dieta basada en granos, poca carne roja y aceite de oliva, tiene una evidencia robusta para considerar un efecto protector sobre la salud de los humanos, entre ellos: Muerte por cualquier causa, enfermedad cardiovascular, enfermedad arterial coronaria, infarto al miocardio, cáncer, enfermedades neurodegenerativas y diabetes. 

La dieta basada en vegetales existe desde hace mucho años, con fines religiosos, sociales, estéticos o asociados a los beneficios en el cambio climático. La definición es amplia y ocasionalmente puede excluir a todo el contenido calórico proveniente de carne, productos  animales, derivado de animales o simplemente estar basada en plantas, con exposición a la carne o derivados. También podemos encontrar variantes como ovo-vegetariana, lacto-vegetariana o vegana. Los beneficios de esta dieta se han asociado con vías de neurotransmisores, microbiota, estabilidad genómica e inflamación metabólica. 

Mantener una dieta vegetariana se ha asociado a prevención de enfermedades cardiovasculares, enfermedad isquémica cardíaca, diabetes, algunos tipos de cáncer y muerte por cualquier causa. 

Recordemos que los lípidos y los carbohidratos son el medio por el cual recibimos la mayor cantidad de energía para desarrollar nuestras actividades. Como es de esperarse, la dieta baja en grasa ha estado en la boca de todos y se ha descrito en la literatura como un mecanismo de protección cardiovascular. Se considera cuando existe una cantidad calórica menor al 30% del total, permitiendo el resto derivado de proteínas y carbohidratos. 

Este tipo de dieta ha sido asociado con una reducción en el riesgo de cáncer de mama, además de los efectos benéficos sobre el HDL, LDL, descenso de peso corporal que impacta sobre el riesgo de infarto del miocardio, diabetes y muerte por cualquier cosa. 

Desde el inicio del siglo 19, se realizó la propuesta de la restricción de carbohidratos “Dieta cetogénica” como intención de protección para epilepsia, en donde se busca una ingesta menor 50 g de carbohidratos en el total de la dieta, aunque existen variaciones que optan por menos del 5% hay algunas más permisivas con el 10%, pero al día de hoy, consideramos una dieta baja en azúcares cuando es menor al 40%. Esta dieta, tiene el objetivo de mover el ciclo energético del uso de glucosa por lípidos, creando una gran cantidad de cetonas, que pueden ser mesuradas en orina. El control basado en estos cambios en la alimentación ha demostrado mejorar los niveles de glucosa sérica, disminución de peso corporal en pacientes con obesidad y diabetes tipo 2. 

El efecto sobre el cerebro, es desconocido, pero la teoría, se basa en que la reducción en la cantidad de ATP, provoca cambios mitocondriales e inhibición del mammalian target of rapamycin (mTOR), promoviendo disminución en  la excitabilidad de los canales de potasio sensibles a ATP. Entre los efectos adversos se ha descrito el estreñimiento y dislipidemia.

Esta dieta está encaminada a reducir la incidencia de hipertensión arterial (Dietary Approaches to Stop Hypertension), consiste en un consumo de alimentos de predominio en frutas y vegetales, bajo contenido en lípidos saturados y colesterol. Una dieta con las modificaciones antes descritas reduce significativamente la inflamación, la tensión arterial, absorción de lípidos y adipogénesis, lo que sugiere el efecto en la reducción de la mortalidad por cualquier causa, cáncer, entre otros. El estudio más grande hasta ahora publicado, tiene información de 950 mil pacientes, en lo que encontraron una reducción de enfermedad cardiovascular y problemas metabólicos. 

A diferencia de la dieta DASH, la MIND, como el acrónimo lo sugiere, va en relación con la mente (Mediterranean-DASH intervention for Neurodegenerative Disease). El objetivo es apoyar el efecto protector de la alimentación sobre el deterioro cognitivo. Al analizarla, es una combinación de la dieta mediterránea y la DASH. La dieta resalta la introducción de comida derivadas de plantas, enfocada en cerezas y vegetales/hojas verdes. Restringe el consumo de carne roja y otras comidas con alto contenido de lípidos saturados. Se destaca el beneficio en de la dieta MIND en un estudio aleatorizado en poco más de 600 individuos, con un efecto mínimo, pero mejor que la dieta control en relación con el deterioro cognitivo. 

El ayuno, desde tiempos remotos tiene connotaciones religiosas, protestas, devoción, que han permitido observar estos cambios en la alimentación en el envejecimiento, desregulación metabólica y balance de energía. Consiste en una reducción del 20 al 40% de la ingesta calórica durante el día, se puede realizar en días alternos, permitiendo al individuo comer tranquilamente y a conciencia en los días en los cuales no hace ayuno. Es posible que los cambios en el metabolismo de glucosa por cetonas hagan un proceso más acelerado para la producción energética, en el estado de alimentación activo los niveles son bajos, sin embargo después de 8 a 12 h de inanición hay un aumento de 0.2 mM a 0.5 mM, manteniéndose por 24 horas  incluyendo una capacidad mayor para enfrentar el estrés, lo que se alcanza con niveles de 1 a 2 mM a las 48 h. La alimentación intermitente promueve una disminución en la sensibilidad a la insulina, a la glucosa y adipogénesis, disminuyendo el daño oxidativo y producción de radicales libres. 

En nuestro contexto, las dietas se revelan como herramientas de doble filo: poderosas pero impredecibles. Cada tipo de alimentación impacta de manera única en la salud humana, desafiando nuestra comprensión y control sobre los efectos bioquímicos y metabólicos.

Desde la perspectiva reumática, entender la relación entre la dieta y las enfermedades inflamatorias es crucial. La diversidad de opciones dietéticas, refleja tanto nuestra capacidad para adaptarnos a entornos cambiantes como la complejidad emergente en el manejo de enfermedades.

La dieta mediterránea, rica en grasas saludables y antioxidantes, demuestra un sólido efecto protector contra una variedad de enfermedades, incluyendo las cardiovasculares y neurodegenerativas. Mientras tanto, las dietas vegetarianas emergen no solo como opciones éticas o ambientales, sino también como reguladores potenciales de la inflamación y estabilidad genómica.

Por otro lado, las dietas bajas en grasa, históricamente en boga, presentan beneficios contrastantes. Aunque pueden reducir el riesgo de ciertos tipos de cáncer y enfermedades cardiovasculares, su impacto en la salud metabólica y el bienestar general es objeto de debate.

La dieta cetogénica, promovida por sus efectos en el control de la glucosa y la pérdida de peso, ilustra cómo una manipulación radical de la ingesta de macronutrientes puede reconfigurar el metabolismo energético y potencialmente influir en la excitabilidad neuronal.

La rápida urbanización y el avance tecnológico nos han desconectado de nuestras raíces evolutivas, desafiando la manera en que nuestro cerebro, programado ancestralmente, interactúa con los alimentos. Este distanciamiento se hace evidente en el creciente interés por el ayuno intermitente, ahora estudiado por su impacto en el envejecimiento y la regulación metabólica.

En resumen, mientras las dietas ofrecen promesas de salud, también plantean desafíos significativos en un mundo de rápida evolución tecnológica y ambiental. La ciencia descentralizada nos impulsa a explorar estos paradigmas dietéticos con mente abierta y un enfoque crítico, reconociendo que nuestras elecciones alimenticias moldean no sólo nuestra salud individual, sino también el futuro de la medicina preventiva y la investigación biomédica.

 Para explorar estas conexiones, podrían considerarse estudios longitudinales utilizando herramientas digitales para recopilar datos de pacientes voluntarios. Además, protocolos clínicos innovadores podrían centrarse en comunidades locales, evaluando cómo intervenciones simples como cambios en la dieta pueden afectar marcadores metabólicos y de salud a largo plazo. Integrar métodos no invasivos de análisis biomolecular también podría ser crucial para comprender mejor los efectos del ayuno intermitente en diferentes grupos demográficos. Estas y muchas otras iniciativas podrían sentar las bases de nuestro conocimiento en ciencia y podemos acceder a estos recursos en el vasto mundo de las DAO de impacto en ciencia. 

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